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El Necronomicón del Ateneu | Cuentos imaginativos y nihilistas utiles para pensar
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Cuentos cortos imaginativos y nihilistas

El Necronomicón del Ateneu

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Todos los sábados iba a clase de narrativa al Ateneu. El Ateneu es ante todo un gran almacén de libros, pues no solo los hay en su magnifica biblioteca sino que cualquiera de las aulas está inmersa en librerías que cubren sus paredes.

Cuando llegaba pronto, y en los descansos de las clases salvo cuando bajaba al bar a tomar una caña, me dedicaba a observar los libros de hojas amarillentas, en su mayoría, con una nota en papel manuscrita hace años en donde se indicaba un código que nunca supe muy bien a que se refería, pues no correspondía a ninguno que pudiese identificar buscando por Internet. Las librerías de las clases eran toda iguales: un armario de madera con estantes y puertas acristaladas, cerradas siempre con un candado. Se podían ver los libros desde fuera y leer sus interesantes títulos. ¿Porque unos libros estaban en la biblioteca al alcance de todos los socios, y otros perfectamente ordenados y clasificados, pero encerrados en armarios por las habitaciones? es algo que no sé.

La cuestión es que un día en que me quedé solo en clase, en el intermedio, volví a curiosear los libros cuando vi uno en el que se leía, en la preceptiva etiqueta, el código XA1714JM. No se leía con la misma facilidad el título, pues el del lomo estaba borroso y el de la cubierta era imposible de ver. Después de un buen rato intentado descifrar el titulo, llegué a la conclusión que lo que ponía era: ‘El Necronomicón’, pero eso era imposible ¿cómo podía estar en la biblioteca del Ateneu un libro inventado, un libro surgido de la imaginación de Lovecraft?

Al acabar la clase bajé hasta el primer piso, en donde está la biblioteca, y le pregunté a la bibliotecaria por el libro de código XA1714JM. Sin dudarlo un instante y sin consultar en el ordenador me dijo: 

—No existe ese libro 

—¿Cómo puede estar tan segura con los miles de libros que tienen aquí y sin siquiera consultarlo en su ordenador?—le pregunté 

—En los mas de ciento cincuenta años de historia del Ateneu nunca se ha utilizado un sistema de clasificación bibliográfica que dé lugar a un código que empiece por XA ¿no se habrá confundido usted? 

—Es posible, perdone, comprobaré que no haya sido un error por mi parte. 

El siguiente sábado llegué a clase un cuarto de hora antes de lo normal. Fui directo a la estantería en donde había visto el libro la semana anterior. Allí estaba, como esperándome. Verifiqué el código: XA1714JM. No, no me había equivocado, el error debería ser de la persona que lo clasificó y sin duda el nombre provenía, mas de mi imaginación que de la realidad. 

Durante aquella clase no presté demasiada atención a la profesora, ni cuando explicaba los personajes, ni cuando corrigió las redacciones de la semana pasada. No se lo presté, incluso, cuando tocó revisar la mía, y eso que era uno de los puntos que mas me interesaban de las clases (a mí y a mi potente ego). Solo pensaba en el libro y cada vez estaba mas convencido, sin saber porque, de que no me había equivocado al leer el título. 

El miércoles por la tarde fui al Ateneu con la excusa de asistir a una conferencia del profesor Aracil, la realidad es que iba decidido a coger el libro. Subí hasta el cuarto piso, atravesé el pasillo que llevaba hasta la clase, entré en ella y usando el cortacristales Silberschnitt, que había comprado esa misma tarde, accedí, por fin, al libro. Una vez lo tuve en mis manos nerviosamente lo giré para ver el titulo en su portada: no había ninguno. Abrí en libro y tras pasar una o dos hojas pude leer: 'Necronomicón' y poco mas abajo en letras mas pequeñas: 'Abdul Al-Hazred'. 

Hojeé el libro. Estaba escrito en latín y lleno de dibujos extraños, tal y había leído en las descripciones que hacía en sus relatos Lovecraft. Seguí pasando hojas, nervioso, impaciente hasta llegar al final. En una de las últimas se podía leer 'Olaus Wormius, 1228, El Cairo'. 

Sin duda se trataba de una broma. El Necronomicón había sido usado repetidas veces para ello: la ficha creada por Borges del libro en la biblioteca de Buenos Aires; su registro en la biblioteca de la Universidad de California; o su inclusión en el catalogo de la biblioteca de Santander. Lo peculiar es que aquí la broma había llegado hasta el libro físico. ¿Quién y porqué iba a perder el tiempo llevando una broma hasta ese extremo? Si leías al azar una cualquiera de sus páginas el texto tenía sentido, siniestro, pero sentido. El trabajo había sido ingente: un texto de muchas páginas, decenas de dibujos, traducción al latín, impresión y encuadernación. Era una sinrazón, un absurdo. 

Sin saber que hacer ni que pensar y mas preocupado por salir del edificio, antes de que descubrieran el robo, me encontré en mi casa con el libro en las manos. No di mas importancia al tema (son paranoias tuyas, me dije) y lo guardé en un cajón.

A partir de ese momento empezaron los problemas. Estos no fueron entes perversos que entraban en mi casa a través de las aristas o las grietas de las paredes, ni seres viscosos que salían arrastrándose del mar pasada la media noche. No, no eran de este tipo: mi empresa cerró y me quedé en el paro; mi querida se fue con un cubano veinte años mas joven que yo (y que ella); mi mujer descubrió lo de mi querida (en un descuido imperdonable, leyó el sms en el que me decía lo del cubano) y se fue de casa dejándome con los críos; mi hijo mayor, también recién parado, volvió a casa; la pequeña quedó embarazada con quince años; se me acabaron las prestaciones de desempleo y la ayuda familiar, para gente miserable como yo; dejé, por tanto, de pagar la hipoteca; me embargaron el piso; me desahuciaron. ¡Esas eran las terribles consecuencias de mi juego estúpido con el libro maldito y no me había dado cuenta antes! Cogí el libro y con dificultades (ya no era socio del Ateneu porque no podía pagar la cuota) lo volví a dejar en el mismo sitio en que lo había cogido. 

Inexplicablemente, desde entonces mi vida no ha cambiado nada: sigo viviendo en la misma entrada del metro que antes.

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