Cubata en vaso ancho
No está mal la terraza. El suelo es de madera, tiene ocho mesas, también de madera, perfectamente alineadas con cuatro sillas en cada una. El techo es inclinado con dos grandes vigas horizontales que trazan las diagonales del rectángulo. Imita en su construcción las carpinterías sin clavos que hacían antaño los carpinteros tradicionales, escasos hoy en día. Encima de la mesa un cubata en un gran vaso ancho para que se mezcle totalmente el ron con la Coca Cola. A su lado un cenicero con tres colillas que son solo el filtro de color marrón. No le gusta que el cubalibre tenga solo gusto a ron al principio y al final solo a Coca Cola. Por eso pide un vaso ancho y no en todos sitios tienen. A veces lo acaba tomando en una copa de balón, de esas grandes para el coñac, lo que le da al cubata un aspecto más distinguido a pesar de los cubitos de hielo que flotan en él. La vista, la vista es otro tema. Es aburrida, gris, piensa mientras contempla el aparcamiento que hay enfrente suyo. Un poco más allá, la gasolinera, un edificio blanco en forma de cubo, un poste vertical con la palabra Repsol; los surtidores bajo el techo plano y por encima de todo un cartel que pone Hotel con tres estrellas dibujadas en amarillo. En ese hotel es donde él se halla tomándose el cubata en un vaso ancho. Fuma un cigarrillo mientras mira la autopista que hay detrás de la gasolinera. El pequeño pueblo está un poco más allá, se le ve lejano, diminuto. Al fondo las montañas, azules a estas horas, con un aura naranja producida por el sol que se está escondiendo detrás de ellas. En la gasolinera un camión con bombonas de butano está poniendo gasóleo. La manguera la aguanta con una mano una mujer vestida de negro, amarillo y naranja, mientras mira distraída en dirección a la autopista. Acaba de repostar, cobra y el camión arranca y se va. Todo se queda solitario hasta que llega un Seat León de color negro y para junto a un poste. La mujer de negro, amarillo y naranja se acerca a él para atenderlo. Del coche sale un hombre, indefinido desde la distancia, se ve como mueve con violencia su brazo hacia la mujer y ésta cae al suelo como si le hubiesen quitado de golpe todas sus fuerzas. El hombre sin prestarle más atención se dirige hacía el edificio blanco en forma de cubo y un par de minutos después sale corriendo con una bolsa negra de plástico en sus manos. El da un trago al cubata, deja el vaso en la mesa, coge el móvil y se pone de pie para ver mejor la gasolinera. Luego, ve como el coche negro arranca y se va. La mujer de negro, amarillo y naranja sigue tirada en el suelo. Hay un charco alrededor de ella en el suelo que antes no estaba. La poca luz no permite distinguir bien el color del liquido, pero él sabe que es rojo. Deja el móvil en la mesa, se sienta y bebe otro trago, ahora más largo, mira hacia las montañas, de color negro ahora, y enciende otro cigarrillo. Hoy no ha conseguido hacer ninguna venta pero mañana seguro que será un buen día.