Un cuadro encima de la chimenea
Oyeron un ruido, como un fuerte silbido, y al mirar por la ventana vieron una luz que cruzaba el cielo. Parecía un meteorito pero en esta ocasión era mas azulado que en otras ocasiones. Comentaron caerá lejos, en el desierto como siempre, o mas allá incluso y volvieron a sus quehaceres. Al poco rato un gran estruendo hizo retumbar el interior de la casa y todos los objetos que en ella había. Corriendo hacia la puerta y salieron de la casa. ¡Habían equivocado los cálculos, el meteorito había caído a menos de un quilómetro de ellos! Se dirigieron hacia allí y al poco rato llegaron al lugar del impacto. Todo lo que podían ver, en medio de la oscuridad de la noche, era una masa imposible de identificar, humeante, con alguna de sus partes aún incandescentes. Decidieron volver al día siguiente cuando ya se hubiese enfriado lo suficiente como para poder rebuscar en él. Después de desayunar se dirigieron hacía el meteorito. Al llegar vieron que no era la piedra mas o menos grande y de extraña forma, sino un amasijo retorcido de hierros y chapas. Sin duda es un objeto hecho por seres vivos le dijo su mujer, que inmediatamente empezó a rebuscar entre los restos a ver que encontraba. Él, después de dudar por un momento, se incorporó al trabajo y empezó a retirar aquellos restos que les impedían avanzar. Así estuvieron mas de media hora, momento en que del amasijo inicial se había convertido en una extensión de varios metros cuadrados llena de trozos, unos grandes otros pequeños, desparramados sin orden. Decepcionados se miraron el uno al otro. “no vamos a encontrar nada interesante aquí”, dijo él. Su mujer asintió y dejó de rebuscar. Cuando ya se iban ella descubrió una pequeña pieza, casi totalmente oculta en la chatarra, que era diferente a resto. A pesar de estar bastante ennegrecida se podía ver que era de color dorado. Llamó la atención de su marido con un gesto y, agachándose, la cogió en sus manos. Era una placa liviana que no mediría mas de veinte centímetros en su lado mas largo. Estaba llena hollín pero al mirarla de cerca confirmo que era de color dorado. Se la enseño a su marido que la miró con curiosidad e intentó limpiarla para ver lo que era realmente. “Déjalo ya la lavaremos en casa. Aquí no vas a poder ver nada pues está demasiado sucia”, le dijo ella. Una vez en casa estuvo casi una hora hasta que consiguió dejarla razonablemente limpia. “ven, mira, ya verás que cosa mas curiosa”. La placa tenía una serie de dibujos, mas bien parecían garabatos hechos por alguien no adulto. Arriba a la izquierda había dos pelotas mal dibujadas cogidas por una cuerda, un hilo o algo parecido. Debajo de ellas un montón de rayas, que partían de un punto, sin ningún orden ni concierto. Debajo de las rayas diez redondas, mas pequeñas que las anteriores (algunas casi puntos), todas de diferentes tamaños, con símbolos extraños alrededor de ellas, y un triángulo muy pequeño encima de ellos. Dentro de su rareza estos dibujos aún tenían cierta estética y sentido, los que no lo tenían en absoluto eran los de la arriba a la derecha que sin duda eran el producto de una mente obtusa, pues dibujar algo tan feo solo podía ser consecuencia de un idiota. Decidieron, después de una corta discusión, no tirar la placa a la basura y ponerla como adorno exótico encima de la chimenea, como si fuese un cuadro mas. Seguro que las visitas preguntarían que era aquello y sería motivo para contarles alguna historia divertida. Olvidados ya del meteorito y de la placa se asomaron a la ventana a contemplar la puesta del primero de los tres soles, mientras que él cariñosamente la cogía con uno de sus tentáculos y la atrajo hacía él. Ella le miró con la misma cara de amor con que lo había mirado el primer día en que se conocieron.