La piel
Siempre me ha gustado sentir la piel de una mujer contra la mía, supongo que me debía de recordar cuando mi madre me abrazaba en mi infancia y yo me sentía a salvo de todos los peligros desconocidos para mí que intuía en el mundo. Después supe que no había ninguna piel de ninguna mujer me protegiera de nada, salvo la de Leo, que era mágica y me protegía de todo.
Con Marta duramos seis años. Todo acabó aquel día en que ella se puso el pijama para dormir y yo preferí quedarme a ver la tele en lugar de irme a cama con ella, de forma que cuando iba ella ya estaba dormida, o lo hacia ver. Eso fue unos cuantos años, antes de llegar a los seis, casi al principio, en aquellos tiempos en que ya empezaba a intentar cambiarme. Se daba la circunstancia, curiosa circunstancia, que siempre que iba a cama, a la hora que fuese, ella dormía plácidamente. Yo lo que aprovechaba para escuchar Hora 25 o el Larguero, siempre con los auriculares puestos, no fuera que la despertase. Ella decía que hacía frío por las noches sin pijama, lo decía en septiembre (nos habíamos conocido en febrero y no tenía frío por dormir desnuda). La primera vez que me lo dijo fue aquel día en que me quitó la funda nórdica, mientras decía que mi forma de meter el edredón era erróneo e ineficaz y a continuación me enseño como hacerlo.
Todo ello me sirvió para descubrir que la programación de televisión seguía siendo tan mala como siempre y que existía Netflix, Amazon Prime y HBO, lo que me hizo disfrutar de la televisión como hacía tiempo que no lo hacía: The Wired, Los Soprano, Braking Bad… No eché en falta la piel de Marta y por supuesto lo de follar. Tengo que reconocer que en esto ultimo tenía mucha influencia la impotencia que arrastraba desde que dejé a Rosa para irme a vivir con Leo.
Todo se empezó a arreglar el día que me dijo que había cosas en mi que no le gustaban, por ejemplo mi olor, mi forma de hablar, que fuese una persona culta (eso siempre le había jodido, le jodió con su primer marido Adolfo y le jodía conmigo). Fui tan estupido como para aceptar a ir a la consulta de una sicóloga, su sicóloga, para ver si nos arreglaba la relación. Marta, con la colaboración inestimable de la psicóloga, se dedicaron a echarme mierda: que no me escuchas, que cuando me escuchas no me miras, que cuando me miras y me escuchas se te nota que no tienes ganas ni de escucharme ni de mirarme. Yo la miraba incrédulo de oír lo que estaba oyendo, con lo fácil, y barato, que hubiese sido decirme que se le había acabado el amor, pero no, tenía que demostrar que la culpa era mía al cien por cien. Todo acabó como tenía que acabar, dos polvos en fin de año, uno en Nochevieja antes de cenar, y otro por la mañana al despertarnos para celebrar año Nuevo. En medio cena copiosa y baile. Después, a la semana siguiente ruptura después de otra a la psicóloga. Cancelamos el viaje del IMSERSO a Mojácar, llamó a una casa de mudanzas y se largó sin decir ni adiós. De hecho cuando se largo yo estaba trabajando y cuando volví me encontré la casa sin sus cosas, salvo aquellas que se había olvidado, que eran bastantes, y que le hice llegar inmediatamente. Hace poco he encontrado documentación de ella, de sus hijos, recuerdos de su padre y alguna carta que he tirado con sumo placer a la basura, pensando que las debe de echar en falta. Su piel era muy seca, poco sedosa, sin suavidad. No era áspera, simplemente seca y por muchas cremas y potingues que se ponía, seguía siendo seca.
No perdí mucho en lo referente a tener una piel de mujer en la que refugiarme dado el poco tiempo transcurrido hasta que empezó a tener frío y a usar pijama. Nuestro contacto piel a piel se reducía a los momentos en que follabamos y poco me importaba, en esos momentos, su piel seca o sus pechos de plástico. Si Marta lee esto dirá, sin duda, que es mentira, que me lo estoy inventando y que todo mi relato es consecuencia de mi rencor hacía ella. No se lo crean, les aseguro que todo es la pura realidad y que no le guardo ningún rencor.
Desde entonces he probado varias pieles de mujer, unas mas agradables que otras, pero ninguna ha llegado a hacerme sentir como la piel de mi madre o como la de Leo. Mi madre porque era mi madre, y Leo porque con su piel grasa y con tendencia a sudar todo el año, me daba una paz y una tranquilidad que no recuerdo haber alcanzado nunca pues era extraordinaria para mi.
Dado que mi intento de rescatarla de la tumba al cumplir los diez años de su entierro acabó bastante mal1 , decidí volver a contactar con el diablo, a ver si en esta ocasión estando libre de montar una crisis financiera, podía atenderme mejor (con dios no quería saber nada, pues puedo entender al diablo y sus motivaciones, pero que no se me atienda porque se esté jugando un partido de golf, eso, eso no se lo perdono ni a Dios2 ). Probé con el teléfono que me habían facilitado hacía diez años y llamé, esperando que, en estos momentos, estuviese interesado en almas “al detall” y no al por mayor como en aquel entonces.
—Hola Satán ¿te acuerdas de mí? le dije solo oír descolgar el teléfono. La ventaja de hablar con el diablo es que no necesitas perder el tiempo recordándole quien eres, la ultima vez que hablasteis, pues posee una maravillosa memoria.
—¿Qué quieres ahora?¿Tienes otra novia con cáncer?— me respondió. Hablar con el diablo no es muy agradable, nadie lo ha dicho nunca, pues carece de la mas mínima empatía y de ninguna educación.
—¿Andas jodido de faena, diablo de segunda, que me contestas tan rápido?— otra ventaja de hablar con el diablo es que puedes ser tan maleducado como él y no se enfada, lo encuentra normal— No, no te llamo para hablarte de una nueva novia con cáncer, sino que para hablarte de la misma.
—Ya oí el pollo que montaste en el cementerio sacándola del ataúd y abrazándote a ella hasta que te pillaron los guardas ¿Qué coño quieres ahora?¿Que la resucite?
—Exactamente
—¿A cambio de tu mierda de alma? — explicando a continuación— Poca cosa es para que me meta en líos con Dios resucitando muertos, ese es una tarea que considera de su exclusividad ¡como si fuese tan difícil resucitar a alguien!
—Pues no tengo otra cosa que ofrecerte, sigo tan pobre de almas como hace diez años — respondí yo. Y ahí se acabó la conversación pues colgó sin ni siquiera despedirse.
No había solucionado nada y fue entonces cuando se me ocurrió la gran idea. Leo era atea, muy atea, lo que implicaba que debería de estar ahora mismo en el infierno. Si quería reunirme con ella tenía que ir, por tanto, al infierno ya que las negociaciones para resucitarla habían fracasado. No tenía muy seguro que yo fuese a ir al infierno pues, a pesar de proclamar mi ateísmo, en el fondo la educación del colegio de curas había dejado un poso importante en mí que ahora, y para este tema, me preocupaba ¿Y si no iba al infierno? ¿Y si como mucho pasaba unos cuantos siglos en el purgatorio? A pesar de todo, pensaba yo, no era tan mala persona a pesar de haber abandonado a un perro, haber metido a mi padre en una residencia, (abierta, en buena zona, buena comida, habitación individual y lo iba a visitar todas las semanas, le daba tabaco, lo que no le iba muy bien para su fibrosis, pero es que me daba pena), haber engañado a una compañera para que la echaran sin indemnización y pocas cosas mas (porque lo de abandonar a Rosa fue por amor a Leo y los actos de amor no cuentan como maldades). También es cierto que tenía pocas cosas que contraponer a todo ello, pero al ser Dios esencialmente bondad, igual no me enviaba al infierno.
Esperando el tren en Paseo de Gracia oí por los altavoces la solución: había demora en la línea R2 por atropello en la vía. Me acordé del libero que estaba leyendo sobre la Edad Media. En aquella época la única forma segura de ir al infierno era el suicidio, los demás casos era bastante mas complicado, pues la gente procuraba confesar y comulgar antes de una batallas, los que iban a batallar. Los que morían en la cama recibían la extremaunción, pero por si acaso daban generosos donativos a la Iglesia. Los que no tenían nada que donar, al ser pobres entraban al cielo directamente y antes que un dromedario entrase en el ojo de una aguja ¡La solución era el suicidio!
Pensando en ello se me ocurrió el complemento maravilloso: una carta a Marta diciendo que me suicidaba por culpa suya ya que la pena por la ruptura no me dejaba muchas mas alternativas (eso se me ocurrió mientras borraba fotos suyas en el Lightroom y en Flickr.
Mañana me suicido, quizás pasado mañana dependiendo del tiempo que haga, quiero suicidarme un día soleado.
Espero, no obstante, tener suerte y encontrar a Leo pronto, aunque no voy a tener problemas de tiempo en la eternidad ¿Que aspecto tendrá? ¿Joven? ¿Madura como cuando murió? ¿Seguirá teniendo la piel grasa a pesar del calor del infierno o se le habrá resecado? Espero que no se le haya chamuscado con las llamas. A ver si hay suerte esta vez y puedo volver a abrazarme a ella y sentir su piel contra la mía.
1 Ver el cuento 10 años
2 Ver el cuento Dios y el Diablo