Armarios vacios
Cuando me llamó mi hija, nerviosa como siempre, para decirme que Manolo se había ido de casa, yo estaba en medio de una reunión, le dije que le llamaría cuando acabásemos y colgué mientras que ella intentaba explicarme lo sucedido. Lo cierto es que se me fue el santo al cielo y fue ella la que volvió a llamarme. Me dijo “papá se ha ido”, así directamente y sin preámbulos.
—¿Pero qué tonterías dices? ¿Qué quieres decir con eso de que papá se ha ido? Ido ¿a dónde?
—Pues quiere decir que ha cogido toda su ropa, todos sus zapatos, todas sus corbatas, lo ha metido en la maleta y se ha ido — me dijo enfatizando las palabras toda, todos, todas y maleta.
— ¿Una maleta? Ni en veinte maletas le cabe toda esa ropa—reflexioné en voz alta
—Yo no sé si ha usado veinte maletas o si ha usado cien, mamá, lo que sé es que todos sus armarios están vacíos… vacíos del todo. Encima el imbécil del conserje me ha dicho con sorna “su padre otra vez de viaje ¿no? Y debe de ser para muchos días porque a eso de las diez ha salido con una maleta enorme.
Me quedé muda, sin entender nada y sin saber que contestar a Alicia. Solo le pude balbucear que en unos minutos la llamaría. Fueron más de unos minutos porque me llamó el jefe con un problema de esos que se han de solucionar de inmediato o de lo contrario se acaba el mundo. Una vez arreglado marqué el número de Manolo y me salió una voz diciendo que el número al que llamaba estaba desconectado o fuera de cobertura. Entonces llamé a mi hija que no me cogió el teléfono ninguna de las cuatro veces que la llamé. Le dije al jefe que no me encontraba bien y me fui para casa a averiguar que pasaba.
Al llegar el conserje me recibió con cara de “sé lo que te pasa pero no te voy a decir nada más allá de lo que digo con esta mirada”. Le pregunté si había alguna novedad y negó con un gesto sin cambiar para nada la expresión de sus ojos. Supongo que la salida de mi marido con una gran maleta por la mañana había dejado de ser una novedad para él a mediodía. Una vez en casa me dirigí a uno de los armarios de mi marido y, tal y como me había dicho mi hija, estaba vacío. Los otros tres restantes también lo estaban. Yo no entendía nada. Algo terrible tenía que haberle pasado a Manolo para que se haberse ido, así de repente, de casa cuando la noche anterior habíamos follado y la semana pasada habíamos estado en un crucero por el Nilo con Espe y con su marido, y además nos lo habíamos pasado muy bien los cuatro juntos. Volví a llamar a su teléfono y me volvió a salir el mensaje de antes. Estuve a punto de llamar a casa de sus padres para ver si sabían algo pero la posibilidad de alarmarlos innecesariamente me hizo desistir. Después de un buen rato sentada ante uno de los armarios vacío se me vino la idea que Manolo debía de tener cáncer y que para no hacerme sufrir se había ido de la manera en que se había ido. Empecé a llorar desconsoladamente y me fui a casa de Reme para pues necesitaba refugiarme en los brazos de alguien.
Espe me abrió la puerta y al verme con los ojos llorosos me abrazó mientras que me preguntaba “¿Qué te pasa Fina, amor?” Me hizo pasar al comedor en donde estaba sentado Juan delante de un plato de pasta italiana. Al verme volvió a preguntarme lo mismo que me había preguntado Espe y obtuvo la misma respuesta. Me hicieron beber un vaso de agua y una vez que ya estaba mas tranquila les expliqué todo lo que había pasado por la mañana.
—Vaya—dijo Espe— precisamente hoy en que habíamos quedado para enseñaros las fotos del viaje a Egipto.
—Me parece que no vamos a poder verlas. Al menos los cuatro juntos—le respondí.
Después me dijeron si quería comer algo y les acepte un plato de espaguetis con setas que estaba realmente bueno. “Los he comprado en el súper de El Corte Inglés” me dijo. Estuve con ellos hasta pasadas las cuatro de la tarde y su compañía me tranquilizo y me dio ánimos para volver a casa. Al llegar coincidí por fin con Alicia que justo acababa de volver de clase.
—¿Has visto mamá?
—¿El qué?
—Lo que ha hecho papá. Eso lo tenía planeado de hace días
—Pero si la semana pasada estuvimos de viaje…
—Mamá, no se vacían tres armarios enormes en una hora. Papá se ha ido llevando las cosas, poco a poco desde hace tiempo.
—Y tú ¿porque crees que lo ha hecho?
—Seguro que tiene una amante.
—¡Pero eso no es suficiente razón para irse de casa! Si todos nuestros amigos que tienen una querida se hubiesen ido de casa… A papá le pasa algo grave, seguro.
—Mamá no seas ingenua.
Por la noche volvía a llamar a Manolo y por fin cogió el teléfono.
—Hola cielo —le dije
—Hola—respondió
—¿Porqué te has ido de casa?¿Qué te pasa?
—Nada
—¿Nada? Y te vas ¿por nada?
—Si
—¿Tienes algún problema?¿Alguna enfermedad? Cáncer ¿verdad?
—No, no digas tonterías
—¿…una amante…?
—Ya te he dicho que no digas tonterías, Fina. Nada, no pasa nada— y colgó
Durante los días siguientes le llamé muchas veces, cuando el teléfono estaba operativo simplemente no me contestaba. Al cabo de una semana decidí contratar a un detective. El hombre a la semana me entregó un extenso informe con abundantes fotografías en el que explicaba que Manolo estaba sano, que no tenía ninguna amante y que vivía en un piso que había alquilado hacía unos dos meses en la zona de Montbau. Seguía yendo a trabajar todos los días al trabajo de siempre. Seguí pagando al detective durante un año mas. Cada semana me entregaba un sobre con fotos y con un informe en el que no había novedades destacables con respecto al primero que me había dado. Fue entonces cuando me dijo que Manolo había desaparecido y que no había sido capaz de encontrar su rastro. En su trabajo solo sabían que había dejado de ir y en su piso la portera me dijo que se fue una mañana como otra cualquiera a trabajar y que le llamó para decirle que comunicase al propietario que podía vaciar el piso.
Después de eso solo rumores que llegaban por los caminos mas insospechados: que se había vuelto a casar y vivía en Asturias, que se había ido a Méjico, se había muerto de cáncer de pulmón, pero nada concreto ni verosímil.
Veinte años después iba yo a ver a una amiga en Reus cuando un mendigo se subió al tren en Tarragona. Conforme iba pidiendo a cada uno de los pasajeros se iba acercando hacía donde estaba yo. Iba con un traje viejo, afeitado, con el pelo mal cortado y, a pesar de la compostura, iba sucio y olía a sudor rancio. Al llegar a mi puso la palma de la mano delante mío, pidiéndome una ayuda para poder comer algo ese día. Lo miré, vi su rostro delgado, los pómulos exageradamente marcados y los bonitos ojos negros cansados, muy cansados. Sin que lo pudiera evitar, tampoco lo traté de hacer, me tocó la cara y dijo:
— ¿Como te va todo Fina? — Sin darme tiempo a contestar, cosa que no parecía pretender, continuó —Estás tan guapa como siempre.
Y mientras que se iba con una sonrisa en la boca añadió —Dale un beso a Alicia.
Desapareció tras la puerta del vagón. Al bajar en Reus busqué en el anden y no supe encontrarlo. Ese fue el último día en que vi a Manolo en toda mi vida. Después he pensado muchas veces en que habrá sido de él, que motivo tendría para irse de casa, pero de la ultima vez que pensé en él hace ya mucho tiempo.