Aquella noche no sabes cuanto lloré
Un día salí contigo y nos fuimos a pasear por Sarriá. Estaba feliz y nos lo estábamos pasando bien. Me giré y te comenté: “ostras, este señor parece que nos sigue” pero creí sinceramente que debían de ser imaginaciones mías y no hice más caso. No sé si te acuerdas. Volví a casa y mi madre estaba en el pasillo. Me preguntó: “¿te lo has pasado bien?, pareces contenta” Le contesté que sí. Mi madre seguía mirándome y creo que dudó durante unos instantes si decirme algo o no. Al final, lo soltó. “Ha llamado una señora que ha dicho que era la madre de Juan, estaba muy preocupada y angustiada porque por lo visto Juan es muy buen estudiante y desde que sale contigo ha bajado las notas. Me ha dicho que debo vigilarte, que vete a saber qué le das, que nos había puesto un detective porque parecía que yo era una puta y que hiciera el favor de controlarme porque ella lo haría por su parte”. Creo que en ese momento si no me dio un infarto fue porque era muy joven. ¿Detective? ¿Control? ¿Puta? Mi madre me dijo: ¿quieres repetir la historia? Le respondí: “no” y cogí el teléfono, te pusiste tú, pregunté por tu madre (no me conociste) y le dije que no te vería mas y que ya no necesitaba más detectives. Aquella noche no sabes cuánto lloré
Llegó tarde. Se fue directamente a la ducha dejando su ropa encima de la taza del wáter. Cuando salió lo estaba esperando. Le pregunté ¿de que vas? Se quedó callado, como casi siempre, pero yo sabía que tras cinco minutos su tiroides no aguantaría más y explotaría.
Le dije que no había derecho a hacerme lo que me estaba haciendo. Siguió callado. Le recordé las llamadas con respuestas cuchicheadas y le enseñé la factura del móvil con sesenta euros en mensajes al mismo número ¿qué me dices de esto? Siguió callado pero se le empezó a notar cierto nerviosismo. Encendí un cigarro. Seguí apretándole y empecé a llorar; sabía que él no lo había aguantado nunca. El, explotó por fin, y tiró su móvil contra la pared, que se desmontó en varios trozos antes de caer al suelo. Me miró con ojos de odio, me dijo no sé de qué hablas, estás mas loca que nunca, y se fue hacía la habitación, mientras empecé a insultarlo. Al cabo de pocos minutos salió con su maleta pequeña y se fue de casa. Me había equivocado una vez más con él, no era eso lo que quería conseguir, sino que me abrazase y me dijese que me quería.
Llegué a casa pasadas las diez, había estado con ella, después de tanto tiempo, tomando unos mojitos en un bar semi vacío a aquellas horas, en el Ensanche. Había llamado a casa y puesto como excusa una reunión de trabajo, ¡que original!
Cuando llegué me di cuenta al momento. Era fácil deducirlo por su mirada y por su respiración. Disimulé y me fui directamente a la ducha. Necesitaba quitarme el sudor del viaje en tren de casi una hora y de un día muy bochornoso.
Cuando salí estaba muy nerviosa, con un recibo de Movistar en la mano; lo blandía como si fuese un cuchillo. Me preguntó ¿en qué te has gastado tanto dinero? Después dices que no tenemos dinero para nada y tú te gastas un montón de pasta en mensajes. Me había descubierto, no había tenido en cuenta que una mujer celosa rebusca en todas las cosas, me había equivocado al pensar que actuaría como lo hubiese hecho yo.
Lanzó sobre mí tal cantidad de insultos que, después de tantos años de vivir juntos, nunca imaginé que conociera.
Cogí un cigarrillo de su paquete y, después de un año sin fumar, volví a hacerlo; le contesté con otras mentiras y aún se enfureció mas. Uso su última arma y se puso a llorar. Tanto me daba y harto de oír sus palabras y sus llantos me fui al dormitorio. Hice la maleta más rápida que he hecho en mi vida sin ni siquiera saber qué estaba poniendo. Salí de la casa, sin despedirme, y me fui andando hasta la estación de tren.
Al quedarme sola se me ha pasado de golpe el llanto. Voy a la ducha, me lavo la cara y cojo la ropa que ha dejado encima de la tapa del váter. La huelo y noto su olor mezclado con el de tabaco y con el de otra persona. No huele a ningún tipo de colonia ni perfume y puedo notar esos olores claramente. Guardo los pantalones en el armario y me pongo a lavar a mano la camisa, es de algodón y no conviene lavarla en la máquina. Una vez lavada la pongo con dos pinzas en las cuerdas del tendedero de la terraza. Hace viento y secará en seguida. Ahora ya son casi las doce de la noche y estoy acabando de plancharla. Abro la botella de 103 y me sirvo un vaso entero. Pongo la tele, sale una cadena en la que dan un interminable anuncio de cuchillos japoneses, la dejo.
La camisa la guardaré después en el armario, en el sitio de siempre, ahora que le he quitado todos los olores.
El viaje en tren es distinto, a pesar de que lo he visto, durante muchos años, a diferentes horas del día y en diferentes estaciones del año. Está oscureciendo y el cielo es de color naranja. Hoy, hay en el paisaje árboles, caminos, casas, pájaros que vuelan buscando su comida en el cielo. No leo ningún libro como ha sido costumbre, solo miro por la ventanilla las cosas nuevas que han sido puestas para mí.
Por los altavoces del tren suena música clásica, creo que es la novena sinfonía de Beethoven, eso me parece. En las paradas apenas suben o bajan personas. El vagón está casi vacío, no es hora de ir sino de volver.