Su padre había cambiado últimamente
28/08/12 SumarioCuentos | Relatos cortos
Su padre había cambiado últimamente. Había cambiado de forma preocupante y él tenía que hacer algo.
Su padre seguía levantándose cada día a las seis de la mañana, hacía sus ejercicios de gimnasia, se duchaba, desayunaba, se vestía y se iba a la oficina. Volvía a casa a las seis de la tarde, se tomaba un té verde con menta y se iba a dar clases de viola a sus alumnos en la escuela municipal de música, de siete a diez de la noche. Volvía, se calentaba un plato preparado en el microondas, cenaba, veía un rato la tele y se iba a dormir. Hacíalo mismode siempre, pero su padre había cambiado.
El primer síntoma que detectó del cambio fue el día en que su padre se pasó cinco minutos buscando las gafas de leer. No recordaba que nunca hubiese tenido antes semejante problema de memoría. A los pocos días le estaba contando una película y cuando le quiso decir el nombre del actor protagonista solo fue capaz de decirle “aquel tío alto que hizo la película aquella de marcianos”. No bastó con eso sino que el mismo día de la película lo vio buscando ¡por segunda vez sus gafas por entre los pliegues de la funda que cubría el sillón!
No le dio mucha importancia a esa perdida de memoria pero poco a poco fueron apareciendo otros síntomas. El siguiente fin de semana su padre estaba durmiendo plácidamente sentado en el sillón, mientras él jugaba con la gameboy en el sofá. A la vez que jugaba estaba viendo un partido de fútbol entre el Osasuna y el Málaga en la sexta. De improviso su padre se convulsionó violentamente, parecía como si se ahogase. Paró las convulsiones por un momento, para reiniciarlas al cabo de un rato. Unos sonidos extraños, mezcla de gruñido y jadeo, salían de lo mas profundo de su cuerpo. Pararon y no se repitieron mas hasta que su padre despertó y le preguntó la hora. Él le contestó y su padre respondió “joder, he dormido demasiado”.
Esa misma tarde sucedió algo mas. Él estaba zapeando, haciendo tiempo para irse con los amigos, cuando paró en un programa que hablaba de la rencarnación de Jesús. Su padre al verlo le dijo de forma seca “quita esa mierda de programa y mira si dan alguna película del oeste en algún lado”. A su padre le encantaban las películas del oeste, sobre todo las de John Wayne.
La siguiente semana su padre cayó enfermo de repente. Tenía un fuerte dolor de cabeza y mucha fiebre. Se metió en cama y le dijo que llamase al médico pues se encontraba, según él, muy mal. El médico después de auscultarlo dijo que era un virus, que había una pequeña epidemia en esos días en la ciudad, que se tomase unos gelocatiles, guardase cama y en tres o cuatro días se le pasaría la fiebre y podría hacer vida normal de nuevo. Le dijo al hijo que si le subía la fiebre por encima de treinta y nueve grados lo mojase con una toalla húmeda y que si no le bajaba al cabo de unas horas, le llamase por teléfono. Él le preguntó que porque no le daba un antibiótico o algo parecido a su padre. El médico le contestó que los virus son unos bichos muy raros y los antibióticos no les hacen nada. A los tres días su padre se levantó ya curado, tal y como había dicho el médico, y volvió a hacer vida normal.
El martes siguiente su padre volvió de su clase de viola y se fue directamente al baño. Él lo siguió y vio a través de la puerta entreabierta como se remangaba la manga de la camisa y se aplicaba una pomada sobre un enorme moratón que tenía en el antebrazo. Después se lo vendó y aseguró la venda con esparadrapo. En la cena le preguntó a su padre como le había ido la clase, si todo había sido normal y el padre con un gruñido le contestó que si, que todo había ido como siempre.
Justo al día siguiente, cuando entraba por la puerta después de haber estado cortando leña en el jardín, oyó que su padre decía por teléfono:
“Alesclar, danberde ij es in abjolenam donerstaj am flujjafen um sejs ur“, y colgaba a continuación.
Los extraños sucesos continuaban sin pausa, día tras día. A la mañana siguiente el padre al levantarse tenía la cara hinchada, la mirada extraña, como perdida, y hablaba con voz extraña, ronca, gutural. Apenas se le podía oír ni entender lo que decía. De forma apurada le dijo que tenían que desprenderse del gato puesto que este nuevo ataque de alergia había sido, de largo, el mas fuerte que había tenido en su vida. Tras decir esto vio como se iba al lavabo, sacaba unas pastillas de un cajón y se las tomaba ayudándose con agua que bebió directamente del grifo.
Preocupado, entró en internet y escribió en el buscador de google “síntomas de posesión demoniaca”. Rebuscó en varias páginas hasta que encontró una en la que pudo leer “síntomas de la posesión demoniaca: convulsiones, respirar agónico, aversión a lo sagrado, enfermarse misteriosamente, hablar en otros idiomas, cambios en la voz, cambios en el rostro, fuerza desproporcionada, acceso a información oculta, depresiones, indiferencia al pudor”. Horrorizado releyó cuatro o cinco veces el texto. Aún sin tener todos los síntomas. Estaba claro que su padre estaba siendo poseído por un demonio. Siguió buscando, ahora cual era la solución. Vio que básicamente había solo dos soluciones: el exorcismo hecho por un sacerdote católico, o matar el cuerpo poseído para que el diablo saliese y no hiciese daño a nadie mas. Preocupado cerró el ordenador. ¿Se estaría volviendo un paranoico o realmente su padre estaba siendo poseído por Satanás?
Los acontecimientos se desencadenaron los días posteriores cuando vio que su padre era capaz de levantar, con una sola mano, el enorme sofá de casa mientras rebuscaba debajo del mismo, la pelota de ping pong con la que jugaba el gato y se la tiraba lejos, en dirección adonde estaba el gato. O cuando lo vio por primera a vez desnudo saliendo de la ducha mientras que el padre le decía “perdona hijo, pensaba que vendrías mas tarde” a la vez que se tapaba con la toalla con la que se había ido secando la cabeza. O cuando lo vio abatido sentado en el sofá, mirando abstraído la tele, a la hora en que tenía que estar dando sus clases diarias de viola. Solo le faltaba ya tener conocimiento de informaciones ocultas o adivinar el futuro. Eso fue justamente lo que pasó y lo que hizo que se decidiese a actuar.
Faltaban pocas semanas para los exámenes finales de curso. Su padre lo llamó y lo hizo sentarse en el sofá delante de él. Le dijo que estaba muy preocupado por sus estudios, que no le veía estudiar lo que él consideraba necesario y que, de seguir así, tenía la certeza de que los resultados de sus exámenes no iban a ser precisamente buenos. Le pidió que hiciese un esfuerzo en este final de curso. Él contestó que no se preocupase, que tenía el tema controlado, que el curso no era difícil y que estaba seguro que lo iba a aprobar todo en junio, como siempre. Y con buenas notas, añadió convencido. Pero no fue así y suspendió por primera vez en su vida, no solo una o dos asignaturas, sino cinco. Entonces decidió actuar.
Volvió a indagar por internet hasta que llegó a la conclusión que tenía que hablar con un cura. Así lo hizo. Se dirigió a la iglesia del barrio se dirigió a ella y pidió hablar con el párroco. Éste, un cura joven de unos treinta años, le recibió al poco rato. Él le explico todo lo sucedido desde el primer día, empezando por la perdida de memoria y acabando por los dotes para predecir el futuro. El cura lo escuchó atentamente y le quitó importancia a todo. Le dijo que era normal, a la edad del padre, cierta perdida de memoria; que cuando uno hace la siesta en el sofá es normal hacer sonidos extraños (a él mismo le pasaba en ocasiones); que cualquiera se puede dar un golpe y aparecerle un morado en el brazo; que todo el mundo en el barrio sabía que su padre hablaba alemán e inglés bastante bien, y que podía haber confundido, sobre todo el alemán, con una lengua extraña; que su padre era una persona fuerte y los sofás hoy día los hacen con maderas de baja calidad y por tanto muy livianos; que salir del baño desnudo, estando solo en casa, no es nada extraño; que todos los padres saben, por experiencia de años, cuando sus hijos estudian lo necesario o no; y por último que su padre no daba clases de viola porque los recortes habían acabado con las subvenciones a la escuela de música municipal y habían quitado muchas clases. En definitiva le dijo que no se preocupase, que todo no era mas que una serie de coincidencias y que los exorcismos están muy bien en las películas de Hollywood pero que, en el fondo, son una soberana estupidez igual que la creencia en las posesiones demoniacas. En fin, que se fuese tranquilo y, sorprendido por saber que estaba en la universidad, que estudiara mucho para los exámenes de septiembre.
Al llegar a casa, algo mas tranquilo, vio a su padre sentado en el sofá, viendo la tele. Lo estuvo observando un buen rato. Analizó su respiración, su semblante, su mirada. Recorrió con su mirada cada parte de su cuerpo, cada gesto. No observó nada extraño. El diablo es muy inteligente, pensó, sabe que lo estoy observando y disimula para engañarme, pero yo sé que es un engaño y que realmente anda ahí, dentro de su cuerpo. Recordó sus cinco suspensos, los primeros de su vida, y se dirigió a la caseta del jardín. Cogió el hacha, aún sucia de haber cortado leña días atrás, y volvió a la casa. Su padre al oírle entrar lo miró, vio el hacha en su mano alzada, se levantó de un salto y le dijo, mientras le miraba fijamente “¿qué vas a hacer?”. No le dio tiempo a decir nada mas. El hacha lo atravesó de arriba abajo, desde la cabeza hasta las ingles, como se atraviesa la mantequilla con un hierro al rojo vivo, sin resistencia, con suavidad. Cayó al suelo entero, sin un solo rasguño, sin sangre sobre la alfombra. Mientras caía, el hijo vio como salía una mancha oscura de su boca, como humo espeso, que se escapaba por entre las rendijas de la ventana del salón.
Cuando llegó la policía se encontró el cuerpo del padre, envuelto en sangre sobre la alfombra, con una terrible herida en la cabeza. Junto a él estaba su hijo que, con el hacha en la mano, repetía sin cesar “lo he atravesado de un golpe y no ha soltado ni una sola gota de sangre”.
Su padre seguía levantándose cada día a las seis de la mañana, hacía sus ejercicios de gimnasia, se duchaba, desayunaba, se vestía y se iba a la oficina. Volvía a casa a las seis de la tarde, se tomaba un té verde con menta y se iba a dar clases de viola a sus alumnos en la escuela municipal de música, de siete a diez de la noche. Volvía, se calentaba un plato preparado en el microondas, cenaba, veía un rato la tele y se iba a dormir. Hacíalo mismode siempre, pero su padre había cambiado.
El primer síntoma que detectó del cambio fue el día en que su padre se pasó cinco minutos buscando las gafas de leer. No recordaba que nunca hubiese tenido antes semejante problema de memoría. A los pocos días le estaba contando una película y cuando le quiso decir el nombre del actor protagonista solo fue capaz de decirle “aquel tío alto que hizo la película aquella de marcianos”. No bastó con eso sino que el mismo día de la película lo vio buscando ¡por segunda vez sus gafas por entre los pliegues de la funda que cubría el sillón!
No le dio mucha importancia a esa perdida de memoria pero poco a poco fueron apareciendo otros síntomas. El siguiente fin de semana su padre estaba durmiendo plácidamente sentado en el sillón, mientras él jugaba con la gameboy en el sofá. A la vez que jugaba estaba viendo un partido de fútbol entre el Osasuna y el Málaga en la sexta. De improviso su padre se convulsionó violentamente, parecía como si se ahogase. Paró las convulsiones por un momento, para reiniciarlas al cabo de un rato. Unos sonidos extraños, mezcla de gruñido y jadeo, salían de lo mas profundo de su cuerpo. Pararon y no se repitieron mas hasta que su padre despertó y le preguntó la hora. Él le contestó y su padre respondió “joder, he dormido demasiado”.
Esa misma tarde sucedió algo mas. Él estaba zapeando, haciendo tiempo para irse con los amigos, cuando paró en un programa que hablaba de la rencarnación de Jesús. Su padre al verlo le dijo de forma seca “quita esa mierda de programa y mira si dan alguna película del oeste en algún lado”. A su padre le encantaban las películas del oeste, sobre todo las de John Wayne.
La siguiente semana su padre cayó enfermo de repente. Tenía un fuerte dolor de cabeza y mucha fiebre. Se metió en cama y le dijo que llamase al médico pues se encontraba, según él, muy mal. El médico después de auscultarlo dijo que era un virus, que había una pequeña epidemia en esos días en la ciudad, que se tomase unos gelocatiles, guardase cama y en tres o cuatro días se le pasaría la fiebre y podría hacer vida normal de nuevo. Le dijo al hijo que si le subía la fiebre por encima de treinta y nueve grados lo mojase con una toalla húmeda y que si no le bajaba al cabo de unas horas, le llamase por teléfono. Él le preguntó que porque no le daba un antibiótico o algo parecido a su padre. El médico le contestó que los virus son unos bichos muy raros y los antibióticos no les hacen nada. A los tres días su padre se levantó ya curado, tal y como había dicho el médico, y volvió a hacer vida normal.
El martes siguiente su padre volvió de su clase de viola y se fue directamente al baño. Él lo siguió y vio a través de la puerta entreabierta como se remangaba la manga de la camisa y se aplicaba una pomada sobre un enorme moratón que tenía en el antebrazo. Después se lo vendó y aseguró la venda con esparadrapo. En la cena le preguntó a su padre como le había ido la clase, si todo había sido normal y el padre con un gruñido le contestó que si, que todo había ido como siempre.
Justo al día siguiente, cuando entraba por la puerta después de haber estado cortando leña en el jardín, oyó que su padre decía por teléfono:
“Alesclar, danberde ij es in abjolenam donerstaj am flujjafen um sejs ur“, y colgaba a continuación.
Los extraños sucesos continuaban sin pausa, día tras día. A la mañana siguiente el padre al levantarse tenía la cara hinchada, la mirada extraña, como perdida, y hablaba con voz extraña, ronca, gutural. Apenas se le podía oír ni entender lo que decía. De forma apurada le dijo que tenían que desprenderse del gato puesto que este nuevo ataque de alergia había sido, de largo, el mas fuerte que había tenido en su vida. Tras decir esto vio como se iba al lavabo, sacaba unas pastillas de un cajón y se las tomaba ayudándose con agua que bebió directamente del grifo.
Preocupado, entró en internet y escribió en el buscador de google “síntomas de posesión demoniaca”. Rebuscó en varias páginas hasta que encontró una en la que pudo leer “síntomas de la posesión demoniaca: convulsiones, respirar agónico, aversión a lo sagrado, enfermarse misteriosamente, hablar en otros idiomas, cambios en la voz, cambios en el rostro, fuerza desproporcionada, acceso a información oculta, depresiones, indiferencia al pudor”. Horrorizado releyó cuatro o cinco veces el texto. Aún sin tener todos los síntomas. Estaba claro que su padre estaba siendo poseído por un demonio. Siguió buscando, ahora cual era la solución. Vio que básicamente había solo dos soluciones: el exorcismo hecho por un sacerdote católico, o matar el cuerpo poseído para que el diablo saliese y no hiciese daño a nadie mas. Preocupado cerró el ordenador. ¿Se estaría volviendo un paranoico o realmente su padre estaba siendo poseído por Satanás?
Los acontecimientos se desencadenaron los días posteriores cuando vio que su padre era capaz de levantar, con una sola mano, el enorme sofá de casa mientras rebuscaba debajo del mismo, la pelota de ping pong con la que jugaba el gato y se la tiraba lejos, en dirección adonde estaba el gato. O cuando lo vio por primera a vez desnudo saliendo de la ducha mientras que el padre le decía “perdona hijo, pensaba que vendrías mas tarde” a la vez que se tapaba con la toalla con la que se había ido secando la cabeza. O cuando lo vio abatido sentado en el sofá, mirando abstraído la tele, a la hora en que tenía que estar dando sus clases diarias de viola. Solo le faltaba ya tener conocimiento de informaciones ocultas o adivinar el futuro. Eso fue justamente lo que pasó y lo que hizo que se decidiese a actuar.
Faltaban pocas semanas para los exámenes finales de curso. Su padre lo llamó y lo hizo sentarse en el sofá delante de él. Le dijo que estaba muy preocupado por sus estudios, que no le veía estudiar lo que él consideraba necesario y que, de seguir así, tenía la certeza de que los resultados de sus exámenes no iban a ser precisamente buenos. Le pidió que hiciese un esfuerzo en este final de curso. Él contestó que no se preocupase, que tenía el tema controlado, que el curso no era difícil y que estaba seguro que lo iba a aprobar todo en junio, como siempre. Y con buenas notas, añadió convencido. Pero no fue así y suspendió por primera vez en su vida, no solo una o dos asignaturas, sino cinco. Entonces decidió actuar.
Volvió a indagar por internet hasta que llegó a la conclusión que tenía que hablar con un cura. Así lo hizo. Se dirigió a la iglesia del barrio se dirigió a ella y pidió hablar con el párroco. Éste, un cura joven de unos treinta años, le recibió al poco rato. Él le explico todo lo sucedido desde el primer día, empezando por la perdida de memoria y acabando por los dotes para predecir el futuro. El cura lo escuchó atentamente y le quitó importancia a todo. Le dijo que era normal, a la edad del padre, cierta perdida de memoria; que cuando uno hace la siesta en el sofá es normal hacer sonidos extraños (a él mismo le pasaba en ocasiones); que cualquiera se puede dar un golpe y aparecerle un morado en el brazo; que todo el mundo en el barrio sabía que su padre hablaba alemán e inglés bastante bien, y que podía haber confundido, sobre todo el alemán, con una lengua extraña; que su padre era una persona fuerte y los sofás hoy día los hacen con maderas de baja calidad y por tanto muy livianos; que salir del baño desnudo, estando solo en casa, no es nada extraño; que todos los padres saben, por experiencia de años, cuando sus hijos estudian lo necesario o no; y por último que su padre no daba clases de viola porque los recortes habían acabado con las subvenciones a la escuela de música municipal y habían quitado muchas clases. En definitiva le dijo que no se preocupase, que todo no era mas que una serie de coincidencias y que los exorcismos están muy bien en las películas de Hollywood pero que, en el fondo, son una soberana estupidez igual que la creencia en las posesiones demoniacas. En fin, que se fuese tranquilo y, sorprendido por saber que estaba en la universidad, que estudiara mucho para los exámenes de septiembre.
Al llegar a casa, algo mas tranquilo, vio a su padre sentado en el sofá, viendo la tele. Lo estuvo observando un buen rato. Analizó su respiración, su semblante, su mirada. Recorrió con su mirada cada parte de su cuerpo, cada gesto. No observó nada extraño. El diablo es muy inteligente, pensó, sabe que lo estoy observando y disimula para engañarme, pero yo sé que es un engaño y que realmente anda ahí, dentro de su cuerpo. Recordó sus cinco suspensos, los primeros de su vida, y se dirigió a la caseta del jardín. Cogió el hacha, aún sucia de haber cortado leña días atrás, y volvió a la casa. Su padre al oírle entrar lo miró, vio el hacha en su mano alzada, se levantó de un salto y le dijo, mientras le miraba fijamente “¿qué vas a hacer?”. No le dio tiempo a decir nada mas. El hacha lo atravesó de arriba abajo, desde la cabeza hasta las ingles, como se atraviesa la mantequilla con un hierro al rojo vivo, sin resistencia, con suavidad. Cayó al suelo entero, sin un solo rasguño, sin sangre sobre la alfombra. Mientras caía, el hijo vio como salía una mancha oscura de su boca, como humo espeso, que se escapaba por entre las rendijas de la ventana del salón.
Cuando llegó la policía se encontró el cuerpo del padre, envuelto en sangre sobre la alfombra, con una terrible herida en la cabeza. Junto a él estaba su hijo que, con el hacha en la mano, repetía sin cesar “lo he atravesado de un golpe y no ha soltado ni una sola gota de sangre”.
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