El espejo
I. Ideas
Cada día tengo mas arrugas en la cara, que vieja me he hecho. Y esas malditas manchas que no se disimulan de ninguna manera. Menos mal que puedo ponerme maquillaje y disimularlas aunque sigan notándose algo. No sé como me atrevería a salir a la calle sin maquillar. No, no me atrevería. Mañana iré al peluquero a teñirme , se me están empezando a ver las canas. De paso, creo que será una buena idea, me voy a cambiar el peinado. Ya estoy harta de esa media melena con la crencha a un lado que llevo desde hace años y que no disimula para nada las entradas que tengo. Me haré un peinado como los que vi en una revista en la peluquería, con mechas y con un flequillo que disimule la cara alargada. II. Formas
¡Esas bolsa! Creo que voy a operármelas. Ana lleva tiempo insistiendo en que lo haga y me parece que tiene razón. Dice que la operación es muy sencilla y no muy cara ¡que hostias, me la puedo permitir!
Hoy me pintaré los labios de color rojo como los de Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes. Juan siempre decía que me parecía a ella, sería por lo flacucha. No como ahora que estoy fatal, tan gorda. Aunque tampoco tengo que seducir a ningún mocetón. Cada día me parezco mas a mi abuela, o a mi madre, no sé. Seguramente a las dos que se parecían mucho entre ellas. Al tendero de abajo me parece que no le importa demasiado mis aspecto cuando me mira de esa manera tan especial cada vez que entro en su tienda.
Que silencio que hay no se oye mas que el roce del peine con mi pelo. Es una de las cosas buenas de vivir sola: nadie te molesta con sus ruidos, y desde que puse los vidrios dobles en la ventanas ni siquiera me molesta el ruido de los coches y de los autobuses.
Está tarde prepararé el edredón de invierno, ha refrescado mucho y he pasado frío esta noche. Las cuatro serían cuando me he levantado a poner la calefacción y ya no he podido dormir mas. Y aquí estoy frente al espejo preparándome para pasar otro día.
A partir de hoy me voy a lavar la cara con agua fría como hacía el Paul Newman para tener menos arrugas ¡a ver si tengo suerte como él! ¡que guapo que era! tanto como mi hijo. Me iré a ver la tele un rato hasta que abran las tiendas y vaya a comprar la comida, he de pensar en que hago hoy, a la tienda de abajo.
Miras el espejo y ves tu imagen en él. Lo haces con ℅ como si nunca te hubieras visto en tu vida. Tu cara, llena de arrugas, sin maquillar y con esas pequeñas manchas que te han cubierto la piel y que incluso cuando te arreglas siguen mostrándose aquí y allá.
El pelo cano que hace tiempo ha empezado a dejar al descubierto la piel de tu cráneo, agrandando tu frente, alejándose milímetro a milímetro de tus ojos. Ojos que reflejan una vida larga con momentos felices, de los que casi no te acuerdas, y otros tristes que te son muy presentes, enmarcados en unos párpados replegados.
Tu boca antes carnosa y rosada, ahora se muestra seca, pálida, agrietada.
Tu pecho incapaz, para siempre, de volver a tener alimento para unos hijos que tampoco tu cuerpo puede ser capaz de engendrar otrora terso, turgente y con vida.
Levantas los brazos hasta ponerlos en cruz para no ver otra cosa que tus músculos fláccidos que, incapaces de mantenerse, caen llenando escasamente los envoltorios de piel. Los bajas hasta que se pliegan sobre el contorno de tu cuerpo antes esbelto, de gráciles curvas que atraían a los hombres cuando te veían de lejos y que ahora no es apetecible para nadie.
Miras tus piernas, esas piernas eternas,que igual que el resto no han podido con el cruel paso del tiempo. Al menos te has librado de esas varices que afean a tus amigas.
Pero lo que mas te apena no es tu cuerpo, ya sabías desde que eras niña que acabarías con un aspecto parecido a éste. Lo habías visto primero en tu abuela y después, con el paso del tiempo, en tu madre. Lo que mas te apena es que estás sola, sola en un piso de ochenta metros cuadrados, sin el hombre que te dejó hace tiempo, sin aquel hijo que murió demasiado pronto en un accidente de moto y sin el consuelo de esa religión en la que ya no crees, en la que nunca creíste a pesar de que sigas yendo cada día a la iglesia.
Te lavas la cara para borrar todos esos sentimientos con el agua fría con la que te la mojas una y otra vez, hasta que consigues dejar de pensar en lo que estabas pensando, en lo que piensas cada día cuando te levantas de esa cama excesivamente grande para una sola persona.
Y te vas al comedor en donde te tomas un café americano recién hecho y enchufas la tele aunque solo sean las cuatro de la madrugada.
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