Miedos
—No quiero quererte, porque si te quiero y te pierdo sufriré mucho
—Eso es absurdo—le contesto él—De esta manera ya me estás perdiendo antes de tenerme.
—No, no te pierdo porque no te he tenido nunca ¿entiendes?
—No, no lo entiendo. Así nunca querrás a nadie.
—Lo sé. Pero tampoco sufriré nunca por nada ni por nadie.
—Pero si no amas, si no tienes para luego perder ¿crees que vale la pena vivir?
—Quizás no, pero no soportaría sufrir por perder cosas queridas
—¿Y no sufres al renunciar a todo?
—No, no renuncio a todo. Tengo cosas
—¿Qué cosas tienes?
—Tengo temores, tengo miedos que me hacen compañía, que me mantienen en tensión. Hacen que me sienta viva. Me aconsejan, cuidan de mi. Evitan que me equivoque, que sufra por equivocarme
—Pero ya te habrás equivocado antes, alguna vez.
—No, no me he equivocado. Nunca me he equivocado, nunca.
—¿Estás segura?
—No, no del todo. No estoy segura de eso ni de ninguna otra cosa.
—¿Porque renuncias?
—¿Y si te prometo que nunca te dejaré?
—Lo harás. Lo harás tú o lo haré yo. Aunque solo sea para morirnos nos dejaremos el uno al otro. Aunque lo mas posible es que te canses de mí y me dejes por otra.
—Nunca te dejaré, nunca, salvo para morirme, pues eso, ya sabes, no puedo prometértelo.
—Lo ves, ves como tengo razón. Me dejarás, me dejarás seguro, tu mismo me lo estás diciendo. Me dejarás y entonces tendré un gran dolor, un dolor inabarcable que no podré soportar, y empezaré a llorar para no parar nunca de hacerlo.
—¿No quieres disfrutar de mis besos, de mis caricias, de mis halagos, de mis palabras de amor…?
—No, no quiero. Tus besos se tornarán llanto, tus caricias soledad, tus halagos olvido y tus palabras de amor hojas secas que se llevará el viento, se las llevará lejos, tan lejos que no podré ya verlas.
—¿No quieres ser feliz a mi lado?
—No puedo serlo. A cada instante estaré pensando en el momento en que todo se acabará y sufriré con ese pensamiento. No te veré como el amante cariñoso que solo vive para mi, sino como él que me abandonará. No podré darte un beso ni hacerte una caricia pensando en ello y te odiaré, en lugar de amarte, sabiendo que me dejarás. El odio me hará infeliz, día a día, minuto a minuto, hasta que me dejes y entonces lloraré.
—¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo podremos vivir tu y yo?
—No, no podemos. Te quiero demasiado para quererte. Búscate una mujer sencilla que te quiera de una forma sencilla. Se feliz con ella y deja que yo lo sea con mis temores, con mis miedos, con las limitaciones que me impongo.
Ya no me dejó decir nada mas. Cerró mis labios con su dedo índice, me dio un beso en la mejilla y, a continuación, se alejó diciendo que nunca me olvidaría, que yo era el amor de su vida.