La Blackberry del metro
Eran las seis de la tarde. Iba a buscar el libro ‘Mi hermana Elba’ a una librería en la calle Rocafort. Era el libro que iban a comentar en el curso de narrativa ,al que se había apuntado, en el tercer trimestre y solo lo había podido conseguir de segunda mano, después de buscar por Internet. No acostumbraba a viajar en metro porque le molestaban las aglomeraciones, subir y bajar escaleras, el traqueteo de los vagones, pero en aquella ocasión era lo mas práctico pues llevaba de puerta a puerta y a aquella hora pensaba que no habría demasiada gente. Después de esperar unos dos minutos, llegó el metro y subió al vagón en el que solo estaban cuatro o cinco personas. Fue hacia el banco que estaba al final del mismo y allí se sentó. Miró las luces que indicaban el trayecto y la posición del metro, y contó las estaciones que faltaban para llegar a su destino: siete. Diez minutos calculó. Distraídamente empezó a observar el interior del vagón, y se dio cuenta que debajo del asiento que había enfrente suyo había un teléfono de color negro tirado en el suelo. Se levantó, fue hacia él y lo recogió. Era un móvil Blackberry de un modelo bastante reciente y parecida a la suya. Jugueteo un rato con él, después de comprobar que estaba encendido y sin protección. Curioseó brevemente el listín telefónico, los sms y el correo electrónico. Después se lo guardó en el bolsillo con la intención de entregarlo a un empleado a la salida. Miró nuevamente el diagrama de recorrido, volvió a contar las estaciones que faltaban: cuatro. El teléfono vibró un par de veces: era la alerta de que había llegado un sms. No pudo evitar la tentación y leyó el breve mensaje enviado por Tana, así sin mas, “a las cuatro y media en el hotel de siempre”. Vaya, el propietario parece que tiene una aventura, pensó mientras que se le escapaba una sonrisa. Se le ocurrió buscar hoteles en la agenda telefónica. Solo encontró uno. Jugando se le ocurrió contestarlo “a las seis y media estaré en el Barceló”. Esperó una respuesta pero esta no llegó lo que significaba que había acertado. Recordó donde quedaba ese hotel y pensó que por tres paradas mas y unos cuantos minutos valía la pena seguir con el juego un rato mas. Bajó en la estación de Sants y fue andando hasta el cercano hotel. Cogió el ascensor en la planta de la estación de ferrocarriles y apareció en el hall. Había llegado con antelación suficiente pues cuando se sentó en uno de los sillones de recepción, eran las cuatro y veinte de la tarde. Cogió el primer periódico que tenía a mano y, mientras que aparentaba leer un articulo, empezó a observar. Pocos minutos después vio entrar a una mujer de unos cuarenta años que se paró unos instantes para mirar en todas direcciones. Al no encontrar, aparentemente, lo que buscaba se sentó en un sofá desde el que se dominaba tanto la entrada como el amplio hall. Diez minutos después la mujer abrió el bolso, sacó un móvil blanco de él e hizo una llamada. Él notó una vibración entrecortada en su bolsillo. Después de un buen rato la mujer colgó y dejó el teléfono a su lado, encima del sofá. El móvil dejó de zumbar en el bolsillo. Sin duda Tana era ella. Él se levantó, se fue hacia donde estaba la mujer, le dejó la Blackberry encima de la mesa de centro, justo enfrente de ellas, sin decir nada. Ella al verlo intentó decir algo, pero no tuvo tiempo porque él dio media vuelta y se fue andando hacia la puerta de salida. Tenía casi veinte minutos hasta la librería, pero no importaba porque hacía una tarde magnifica para pasear.