Mariposas en el estómago
La tarde está pesada en la pequeña aldea del Pirineo, como si todo el calor del sol se concentrase durante estas horas para compensar el fresco de la noche y el frio intenso de los largos meses de invierno. No hay nada ni nadie por sus calles de tierra mas allá de las chicharras, que no paran de repetir su monótono y estúpido canto; de esas moscas que revolotean en la sombra, parándose cada dos por tres a beber del sudor de nuestros brazos y piernas, o a comer de los granos de azúcar caídos alrededor del carajillo de ron; de esas mariposas que vuelan sin saber de donde vienen ni adonde van en sus pocas horas de vida. No hay nada mas, ni siquiera la deseada brisa que mueva, aunque sea un poco, las hojas de los árboles que nos dan sombra y un poco de frescor. Mas que sentados, yacemos desplomados, junto a nuestras mochilas, en las sillas del bar: uno aparentemente dormido; el otro con la mirada cansada clavada en ninguna parte; y yo mismo, intentando leer el Aleph de Borges que no es la lectura mas adecuada para estos momentos de vaguedad inducida por el bochorno y que me plantea, en los momentos en que el calor permite un mínimo de funcionamiento a mi cerebro, la enorme divergencia entre un punto fantástico que contiene todo el universo, y todos sus tiempos, con esta estática vaciedad absoluta que nos rodea. A lo lejos se oye un ruido que altera la tranquilidad, es el autobús de línea que zigzaguea por la carretera. Se le ve diminuto como una maqueta, como un juguete, rojo complementario del verde de la montaña. Va haciéndose grande hasta que, minutos después, se transforma en el autobús que para a pocos metros de nosotros. Bajan unas pocas personas: una mujer que debe de ser una vecina del pueblo y un grupo de excursionistas. La mujer se dirige decidida hacia alguna parte y el grupo de chicas, jóvenes, de diferentes edades, se queda parado al sol junto a sus maletas de piel. Entre ellas la veo, pequeña, con cara de ángel y una sonrisa que me para el corazón. Lleva unos pantalones de pana marrones, de raya gorda; un jersey rojo de cuello alto que hace destacar el blanco de su rostro y su pelo rubio; una cazadora corta, negra con el cuello de lana de oveja y una pequeña bolsa al hombro. El aleph me dice “toma, este es mi mas preciado objeto”, mientras ordena al mundo que se pare, a las mariposas que habiten en mi estomago y le dice al verde “has sido creado solo para este momento” He de hacer algo, he de hablar con ella, he de decirle algo. Dudo. No me atrevo. No sabré que decirle. No podré. Dejo el libro, me levanto, “¿Qué te pasa?” oigo que dice alguien. Voy hacia el autobús. Ella viene hacia el bar. Me paro. ¡Que guapa que es! Está cerca. Está casi a mi lado. Está a mi lado. ¡Se va! —Hola me llamo Salvador ¿Y tú? —le suelto en un monosílabo Me mira. ¿Qué estará pensando? ¿Me hablará? ¿Le caeré bien? —Leonor ¡Leonor! ¡Que bonito! Me sonríe, que dulce sonrisa, que dulce. ¿Qué le digo? ¿Que le contesto? ¡Parezco un idiota! ¡Di algo, ya! —¿De donde eres? Tienes un acento raro. —De Barcelona. Acento raro... ¿por qué lo dices? ¿Y tú de donde eres? >¡Como se me ocurre lo del acento! ¡Pensará que soy gilipollas! ¡Ahora si que la he cagado! ¡He de decirle algo divertido, algo inteligente! ¡Piensa, piensa! —Que casualidad ¡yo también soy de Barcelona! ¿De que parte? ¿Eso es divertido? Se va, seguro que se va. Te deja. Seguro que dice adiós. —Del Gótico ¿y tú? —De San Andrés ¿lo conoces? ¿Lo conoces? ¡Idiota! Preguntar eso. ¡Joder…! —No, no he estado nunca en San Andrés —Es como un pueblo. Cuando vamos al centro decimos que vamos a ‘Barcelona’. ¿Y que haces aquí? Un pueblo, tu si que eres de pueblo. ¡Ir a Barcelona! ¡Me quiero morir! ¡Que guapa es! ¡Como me gusta! —Estoy de vacaciones, con mi hermana y unas amigas. Venimos del Valle de Arán y ahora no se hacía adonde iremos. —¿Estarás muchos días aquí? —No, solo un día, quizás dos. Iremos a ver el lago y nos iremos. Me sigue la conversación. Se queda, se queda aquí conmigo. Me encantan esos ojos medio grises, medio azules que te miran con la dulzura con la que miraba Gary Cooper ¡seguro que es miope como él! pero tanto me da, no se me ocurre decírselo. —¿Adonde? podríais veníos de travesía con nosotros. —¡De travesía, estás loco! ¿Nos has visto bien?…no sé donde iremos, seguramente a Barcelona. Que sonrisa mientras decía que estoy loco, con que dulzura lo ha dicho. Me gusta cuando sonríe así, hasta el cielo cambia de color cada vez que sonríe. —Y tú… ¿qué estudias? —Este año he acabado quinto. ¿Y tú? —He acabado Preu. Este año empiezo ingenieros —Ostras ¡ingenieros! ¡Es difícil! ¿No? ¿Qué libro estas leyendo? —¿Este? Es el Aleph, de Borges. —No lo conozco ¿está bien? —A mi me encanta. El y su amigo Bioy Casares son fantásticos. ¿Los conoces? En ese momento sus amigas la llaman. «Me cago en la puta, podían haber esperado un rato». —Ostras, me tengo que ir… me ha gustado hablar contigo. Adiós —Espera un poco ¿no? —No puedo, de verdad. —Dame al menos tu teléfono…a mi también me ha gustado mucho hablar contigo… ¿te podré llamar, no? —Vale… ¿dónde lo vas a apuntar? —Espera que busque en la cartera a ver que llevo…—busco—… solo tengo esto: la foto de mi sobrina —A ver…ostras que gordita… toma—nueva llamada de las amigas—corre, apunta: 219 95 91 —219…95…91… te llamo cuando llegue a Barcelona ¿vale? —No me llames hasta final de agosto, antes no estaré. Me iré unos días a la casa de Mallorca. —¿A Mallorca? No he estado nunca en Mallorca…dicen que es muy bonito. —Es precioso—otra llamada ahora mas exigente—me he de ir… ¿me llamarás? —Claro que te llamaré.